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Estrés y digestión: qué relación tienen y qué puedes hacer

  • Salud
Mujer adulta junto a una ventana, con una mano en el estómago, reflejando cómo el estrés y la digestión se relacionan en su día a día.

Cuando hablamos de estrés y digestión muchas personas cuentan lo mismo: días de nervios y, de repente, barriga hinchada, gases, diarrea o un nudo permanente en el estómago. A veces casi no ha cambiado lo que comes, pero sí cómo lo vive tu cuerpo. Y eso marca mucha diferencia.

Además de los alimentos, tu sistema digestivo responde a las prisas, las preocupaciones, el cansancio y la forma en la que organizas el día. El resultado de problemas de estrés y digestión puede ser una mezcla de molestias digestivas, más sensibilidad a ciertos platos y la sensación de que tus intolerancias “se disparan” justo cuando peor estás anímicamente.

Por qué importa la relación entre estrés y digestión

En este artículo vamos a ver de forma sencilla por qué estrés y digestión están tan ligadas y qué es el eje intestino cerebro. También revisaremos cómo afecta el estrés al estómago, por qué los síntomas digestivos por ansiedad son tan frecuentes y cómo el estrés e intestino irritable suelen ir de la mano. También verás hábitos y rutinas realistas para mejorar tu digestión día a día, sin prometer vidas perfectas ni dietas imposibles.

Como pequeño aviso de confianza, lo que lees aquí es información general basada en estudios actuales y en la experiencia del equipo editorial de Pizquita con personas que conviven con estrés y molestias digestivas. Aun así, las decisiones importantes sobre tu salud siempre se toman con tu médico o con profesionales de salud mental.

Índice del artículo

El eje intestino-cerebro: qué es y por qué importa

Tu intestino y tu cerebro están conectados por una especie de “autopista” de nervios, hormonas y sustancias químicas. A esa autopista se le llama eje intestino cerebro. No es solo una metáfora: es una red real que permite que lo que sientes en la mente se note en la barriga, y al revés.

Cuando estás tranquilo, el sistema nervioso activa el modo “descansar y digerir”. En ese modo el estómago se mueve de forma coordinada, se producen enzimas digestivas suficientes y la sangre llega bien al intestino para absorber nutrientes. Si tu cuerpo percibe amenaza, en cambio, activa el modo “lucha o huida”.

A partir de ahí aumentan hormonas como la adrenalina y el cortisol. Una de las cosas que hace el cuerpo en ese estado es frenar la digestión, porque reserva la energía para “sobrevivir”. Por eso, en momentos de nervios intensos puedes notar que el estómago se cierra, que la comida se queda parada o que tienes que ir rápido al baño.

Qué debes saber: el eje intestino-cerebro hace que tu sistema digestivo no dependa solo de lo que comes, sino también de cómo estás de ánimo, de cómo duermes y de cuánto estrés acumulas.

La microbiota, ese vecindario que nota tus nervios

Dentro del intestino vive una comunidad enorme de bacterias y otros microorganismos: la microbiota. Ayudan a digerir fibras, producen vitaminas y colaboran en el sistema inmunitario. Cuando el estrés es puntual, la microbiota suele aguantar bien, pero si el estrés se mantiene durante meses el equilibrio se altera poco a poco.

El exceso de cortisol, la falta de sueño y una dieta más desordenada pueden reducir la diversidad de bacterias “buenas” y favorecer especies que inflaman más. Además, es posible que aumente la permeabilidad intestinal, lo que a veces se llama intestino permeable. Entonces el intestino se vuelve más sensible y reacciona con más fuerza a alimentos que antes tolerabas mejor.

Incluso con analíticas normales, es habitual notar más gases, más hinchazón o digestiones lentas en épocas de mucho estrés. Esto no significa que tengas una enfermedad grave, sino que tu intestino está funcionando con menos margen de maniobra y cualquier exceso se nota más.

Un segundo cerebro lleno de emociones

El intestino tiene su propio sistema nervioso, llamado sistema nervioso entérico. Muchas veces se le conoce como el “segundo cerebro”. No piensa como tú, pero sí coordina el movimiento intestinal y responde a tus emociones. De hecho, gran parte de la serotonina, el famoso mensajero de la calma, se produce en el intestino.

Por eso no es raro que, cuando estás triste, ansioso o enfadado, notes más retortijones, digestiones que se alargan o cambios en el apetito. Puede que pases de no tener hambre a un impulso fuerte por dulces, pan o comida rápida. Tu segundo cerebro está intentando gestionar la tormenta emocional como puede.

En el día a día muchas personas cuentan que un simple correo de trabajo les “sienta peor” que un plato de comida pesada. No exageran: su eje intestino-cerebro está funcionando a toda velocidad y cualquier tensión se refleja en el estómago. Estrés y digestión van de la mano mucho más de lo que solemos admitir.

Hábitos que ayudan al eje intestino-cerebroHábitos que lo alteran
Dormir suficientes horas casi todos los díasTrasnochar a menudo y levantarse muy temprano
Comer sentado, con calma y sin prisas extremasComer de pie, trabajando o contestando mensajes
Introducir frutas, verduras y legumbres a diarioAbusar de comida rápida y ultraprocesados
Caminar o moverse varias veces al díaPasar muchas horas sentado sin pausas activas
Practicar respiración profunda o relajaciónEncadenar tareas sin descanso ni pausas breves
Pedir ayuda profesional cuando algo preocupaAguantar síntomas intensos durante meses sin consulta

Estrés y digestión en tu día a día: qué le pasa a tu sistema digestivo con estrés continuo

Cuando el estrés deja de ser algo puntual y pasa a ser el estado habitual de tus días, tu aparato digestivo lo nota por varios frentes. Aunque comas parecido, el cuerpo no responde igual, porque vive en una especie de modo alerta permanente.

En muchas encuestas de salud digestiva se ve que quien vive con mucho estrés refiere más dolor abdominal, más gases y más idas y venidas al baño. Además, la atención se centra tanto en las sensaciones internas que cualquier cambio se nota con más intensidad y preocupa con facilidad.

Cambios en la motilidad intestinal cuando hay estrés

El intestino se mueve gracias a una serie de contracciones rítmicas. El estrés puede acelerar esos movimientos o frenarlos en exceso. Si va demasiado rápido, aparecen más ganas urgentes de ir al baño, heces más blandas y, a veces, diarrea. Si va demasiado lento, tiendes al estreñimiento, a la sensación de pesadez y a no terminar de vaciar.

Muchas personas con síndrome de intestino irritable cuentan que sus crisis se disparan después de una temporada de nervios, mucho trabajo o problemas personales. No es casualidad: el estrés e intestino irritable están muy relacionados y comparten ese eje intestino-cerebro alterado que hace que todo se note más.

La Fundación Española del Aparato Digestivo recuerda en una de sus guías sobre síndrome de intestino irritable que este trastorno es funcional, crónico y benigno. Aun así, puede condicionar bastante la calidad de vida. Por eso conviene entender cómo el estrés puede empeorar los síntomas y qué puedes hacer en tu día a día para aliviar la carga sobre tu digestión.

Síntomas digestivos relacionados con el estrés

El impacto del estrés no se queda solo en la motilidad. También se nota en la acidez, en la sensibilidad de los nervios del aparato digestivo y en la forma en que percibes cada sensación en la barriga. Ahí es donde estrés y digestión se hacen más visibles en el día a día.

Síntomas digestivos por ansiedad en la vida diaria

Además de los cambios en el ritmo intestinal, el estrés crónico puede aumentar la acidez del estómago y la sensibilidad de los nervios digestivos. Es decir, no solo pasan cosas, sino que las sientes con más intensidad. Entre los síntomas digestivos por ansiedad más frecuentes están el nudo o vacío en el estómago y la sensación de quemazón tras las comidas.

También son habituales las náuseas sin causa clara, la hinchazón después de comer poca cantidad y la urgencia para ir al baño justo antes de un examen, una reunión o una cita importante. El apetito puede irse al extremo de no tener hambre casi nunca o de comer de más, sobre todo dulces y alimentos grasos.

Por otro lado, es frecuente dormir peor cuando se vive con preocupaciones intensas. Así se cierra el círculo: menos descanso, más cansancio, más nervios y un sistema digestivo que arrastra la carga día tras día. Ese bucle explica por qué tanta gente nota que estrés y digestión se enredan en los periodos más exigentes del año.

Situaciones de estrés frecuentesCómo puede reaccionar tu digestión
Exámenes, oposiciones o entregas importantesUrgencia para ir al baño y diarrea puntual
Problemas laborales o miedo a perder el trabajoNudo en el estómago y falta de apetito
Cuidados de familiares mayores o enfermosHinchazón, gases y estreñimiento recurrente
Conflictos de pareja o familiaresRetortijones y sensación de digestión pesada
Preocupaciones económicas prolongadasAlternancia de diarrea y estreñimiento
Cambios vitales importantes y duelosNáuseas, pérdida de peso y mal descanso

Estrés y digestión en situaciones cotidianas

En la vida real no hace falta un gran trauma para que tu digestión se altere. A veces bastan muchas pequeñas preocupaciones encadenadas: llegar justo a todo, no desconectar el fin de semana, revisar el móvil hasta tarde o cuidar siempre de los demás y casi nunca de ti.

Cuando ese ritmo se mantiene, el cuerpo normaliza ciertos síntomas y los atribuye solo a la comida. Sin embargo, conviene pararse a pensar que puede haber más factores. Estrés y digestión se retroalimentan: cuanto peor te encuentras, más te preocupas, y cuanto más te preocupas, más se queja la barriga.

Después de repasar estos síntomas, puede venir bien hacer una pequeña pausa. Este es un buen momento para respirar hondo, escuchar cómo está tu cuerpo y, si hace falta crear hábitos de vida saludable. A continuación veremos por qué tus intolerancias parecen peores justo cuando más nervioso estás.

Por qué tus intolerancias parecen peores en épocas de nervios

El estrés, por sí solo, no crea una intolerancia desde cero. Si digieres bien la lactosa, no vas a dejar de producir lactasa solo por una semana complicada. Sin embargo, si ya tienes una intolerancia o una sensibilidad digestiva, es muy frecuente que se note más justo en las épocas de más nervios.

Además, cuando empiezas a prestar mucha atención a cómo te sientan las comidas, es fácil entrar en un bucle de hipervigilancia. Cualquier pequeña molestia se amplifica, aumentan las dudas y, a veces, reduces la dieta más de la cuenta sin una guía clara.

Más inflamación y más sensibilidad digestiva

Cuando el estrés es crónico, el cuerpo mantiene un nivel bajo de inflamación. El intestino, al estar en contacto directo con los alimentos y con la microbiota, es una de las zonas donde más se nota. Así, el intestino puede volverse más permeable y reaccionar de forma exagerada a moléculas que antes pasaban casi desapercibidas.

En ese contexto una comida que incluye lactosa, gluten o ciertos FODMAP puede desencadenar más gases, dolor o diarrea que de costumbre. No es que de pronto hayas desarrollado una enfermedad grave, pero sí que tu organismo está más sensible y con menos margen para compensar excesos o momentos de descuido.

Si además arrastras otras condiciones, como antecedentes de enfermedad autoinmune, infecciones previas o estrés mantenido, conviene ser especialmente prudente. En algunos casos, como se explica en nuestro contenido sobre virus de Epstein-Barr y lupus, el sistema inmunitario ya va bastante exigido y cualquier desequilibrio extra puede notarse más.

Qué pasa con el sueño y las decisiones de comida

Dormir mal una noche se nota al día siguiente; dormir mal durante semanas se nota en todo: estado de ánimo, hambre, hormonas y digestión. La falta de sueño de calidad se relaciona con más deseo de alimentos muy grasos o muy dulces, peor regulación del azúcar en sangre y mayor percepción del dolor.

Cuando combinas estrés, mal descanso y muchas decisiones rápidas al comer, el resultado suele ser un patrón repetido: más café, más bollería, más snacks y más comida rápida. Son opciones comprensibles en días de prisas, pero no las mejores aliadas de tu intestino.

Además, el alcohol como forma de “desconectar” por la noche empeora el descanso y la salud digestiva. Aunque te ayude a dormir antes, la calidad del sueño baja y el intestino descansa peor. A medio plazo esto contribuye a que el eje intestino-cerebro siga alterado.

La misma comida, distinta respuesta

Seguro que alguna vez has vivido esta situación: un plato que en vacaciones te sienta de maravilla, pero que en una semana de mucho trabajo te deja hinchado y con dolor. La comida es la misma, pero el contexto no. Esa diferencia la marcan el estrés, el sueño, el movimiento y el estado de tu microbiota.

En vacaciones comes relajado, duermes más y el sistema nervioso está en modo tranquilo. Durante épocas de nervios ese mismo plato cae sobre un intestino tenso, poco descansado y sobrecargado de café. Por eso la percepción de intolerancia se dispara aun sin cambios enormes en la dieta.

Si quieres profundizar en el tema de qué alimentos pueden estar molestándote sin que lo parezca, puede ayudarte nuestro artículo sobre intolerancias alimentarias ocultas, donde se explican ejemplos y pasos para actuar con más orden y menos miedo.

Lo que suele mejorar los síntomasLo que suele empeorarlos
Dormir más horas y con horarios establesAcostarse tarde y cambiar de horario a menudo
Planificar comidas sencillas con alimentos frescosTirar siempre de comida rápida y precocinada
Bajar el consumo de café y alcoholUsar café y copas para aguantar el día
Escuchar al cuerpo y hacer pausasIgnorar señales de cansancio y malestar
Consultar a profesionales cuando hay dudasAutodiagnosticarse solo con búsquedas en internet
Llevar un diario de síntomas y comidasCambiar la dieta cada pocos días sin criterio

Consejo rápido: si notas que tus intolerancias empeoran en épocas de nervios, empieza por apuntar durante unas semanas qué comes, cómo duermes y cómo estás de ánimo. Aporta pistas muy útiles para tu médico o tu dietista cuando habléis de estrés y digestión.

Comida sencilla y un momento de pausa para cuidar el estrés y la digestión en el día a día.
Mujer comiendo con calma en casa, con un plato sencillo y agua, mostrando cómo los hábitos diarios ayudan a mejorar el estrés y la digestión.

Hábitos diarios para cuidar intestino y sistema nervioso

No hay una pastilla mágica ni una dieta milagrosa que cure de golpe el binomio estrés y digestión. Lo que sí puedes hacer es sumar hábitos razonables que bajen el volumen del estrés y hagan tu sistema digestivo más resistente. La idea no es vivir perfecto, sino mejor que ayer.

En la mayoría de estudios sobre problemas digestivos relacionados con estrés y digestión se ve que una combinación de cambios en alimentación, movimiento, sueño y manejo del estrés funciona mejor. Su efecto es mayor que el de cualquier medida aislada.

Cambios sencillos al comer cuando hay estrés y digestión sensible

Antes de cambiar por completo lo que comes, merece la pena revisar cómo comes. Comer rápido, de pie o pendiente del móvil empeora la digestión aunque el plato sea bastante sano. En cambio, bajar un poco el ritmo y prestar atención al cuerpo puede marcar una diferencia clara.

Algunas ideas prácticas que puedes empezar hoy mismo son sentarte a la mesa sin pantallas al menos en una comida al día, dar unos segundos para respirar hondo tres o cuatro veces antes del primer bocado y masticar bastante más de lo habitual. Además, ayuda mucho evitar responder correos o mensajes mientras comes.

En épocas de mucho estrés conviene moderar cafés muy cargados, bebidas energéticas, alcohol de diario y ultraprocesados muy grasos o muy picantes. No hace falta prohibirlos para siempre, pero sí reservarlos para momentos puntuales y en pequeñas cantidades, especialmente si ya notas que tu digestión está sensible.

Gestos al comer que ayudanGestos al comer que complican
Sentarse sin pantallas y sin prisas extremasComer mirando el móvil o el ordenador
Masticar bien y hacer pausas entre bocadosEngullir la comida en pocos minutos
Elegir agua, infusiones o café suaveAbusar de café muy fuerte o refrescos
Llenar medio plato con verduras variadasBasar el plato en fritos y rebozados
Escuchar las señales de saciedadComer por inercia hasta quedarse incómodo
Dejar algo de margen entre cena y sueñoCenar muy tarde y acostarse enseguida

Qué puedes hacer: elige uno o dos cambios en tu forma de comer que te resulten fáciles. Cuando estén integrados, añade alguno más. Estrés y digestión agradecen mucho estas mejoras sostenidas.

Sueño, movimiento y respiración para mejorar estrés y digestión

Tu digestión nocturna no se resetea sola si te acuestas con la mente acelerada. El sueño de calidad es uno de los aliados más infravalorados de la salud digestiva. Por eso, conviene mantener un horario más o menos fijo para dormir y levantarte, cenar al menos dos horas antes de acostarte y reducir pantallas brillantes justo antes de ir a la cama.

El movimiento suave también ayuda mucho al intestino. Caminar cada día, subir escaleras o hacer estiramientos sencillos favorece el tránsito y reduce la hinchazón. No necesitas un gimnasio caro, sino constancia y encontrar actividades que encajen con tu vida real.

La respiración profunda es un truco simple para pasar del modo lucha o huida al modo descansar y digerir. Antes de comer puedes probar a sentarte con la espalda apoyada, inspirar por la nariz contando hasta cuatro, mantener el aire dos segundos y soltar lentamente por la boca contando hasta seis. Repite cuatro o cinco veces y observa si tu estómago responde con algo más de calma.

Rutinas pequeñas, no vidas perfectas

A veces el exceso de información sobre salud genera más estrés. Parece que si no haces yoga diario, meditación, batch cooking y diez mil pasos al día ya lo estás haciendo mal. Sin embargo, la realidad es que pocas personas pueden mantener tantos cambios a largo plazo.

Lo que tu eje intestino-cerebro agradece de verdad son rutinas pequeñas pero constantes: un paseo corto después de comer, una cena algo más ligera de lo habitual, una respiración consciente antes de una reunión complicada o un rato sin móvil antes de dormir. Son gestos asumibles que suman con el tiempo.

En el equipo editorial de Pizquita hemos visto que, cuando los cambios son muy grandes, la mayoría abandona rápido. Sin embargo, cuando el cambio parece casi demasiado pequeño, es justo el que se mantiene y, con los meses, se nota tanto en el estado de ánimo como en la digestión.

Rutinas pequeñas que sumanPor qué ayudan a tu digestión
Dar un paseo de 10–15 minutos tras la comidaFavorece el tránsito intestinal y despeja la mente
Hacer dos o tres respiraciones profundas antes de comerActiva el modo descansar y digerir
Planificar un par de cenas sencillas a la semanaReduce improvisaciones y elecciones impulsivas
Guardar el móvil media hora antes de dormirMejora la calidad del sueño y el descanso
Reservar unos minutos para ti cada díaBaja el nivel de estrés acumulado
Pedir ayuda cuando algo se hace cuesta arribaEvita cargar en silencio con demasiada presión

Aviso importante: las rutinas ayudan, pero no sustituyen los tratamientos médicos. Si ya sigues una medicación o una pauta concreta, no la cambies por tu cuenta. Cualquier ajuste debe hacerse siempre con tu profesional sanitario.

Cuándo pedir ayuda profesional en casos de estrés y digestión

Hay muchas molestias digestivas relacionadas con el estrés que mejoran con cambios de estilo de vida. Sin embargo, también hay situaciones en las que no basta con leer artículos y conviene pedir ayuda profesional. Saber cuándo hacerlo tranquiliza y evita que normalices síntomas que necesitan revisión.

Pedir ayuda a tiempo no es señal de debilidad, sino de cuidado. Además, compartir lo que te pasa te permite salir de la duda constante de si tus síntomas son “solo nervios” o esconden algo más que se pueda tratar de forma adecuada.

Señales de alarma digestiva que debes vigilar

Algunos síntomas son señales de alarma. Si los notas, no esperes y pide cita con tu médico de cabecera o con un servicio de urgencias según la intensidad. Nunca está de más consultar cuando algo te preocupa y se sale de lo habitual en tu cuerpo.

Entre las señales que requieren valoración médica lo antes posible están la sangre en las heces o en el vómito y las heces negras como alquitrán. También la pérdida de peso involuntaria durante semanas, la fiebre junto a dolor abdominal intenso y los vómitos persistentes que impiden comer o beber con normalidad.

También conviene consultar si aparece un cambio brusco en tu ritmo intestinal que dura varias semanas, sobre todo si tienes antecedentes de enfermedad inflamatoria intestinal o familiares cercanos con cáncer de colon. En estos casos no es buena idea atribuirlo todo al estrés sin que te exploren.

Si, a pesar de cambiar rutinas y bajar el nivel de estrés, sigues con muchas molestias al comer, puede ser momento de revisar qué pruebas de intolerancia alimentaria son realmente fiables y cuáles no aportan información útil.

Advertencia médica: si notas signos de alarma, acude a un profesional sanitario aunque pienses que todo es por ansiedad. Es mejor descartar problemas importantes que quedarse con la duda durante meses.

Cuándo hablar con digestivo o dietista

Aunque no haya señales de alarma, merece la pena consultar con un digestivo o un dietista-nutricionista cuando tus molestias se repiten varias veces por semana durante meses, sospechas una intolerancia pero no sabes por dónde empezar o has reducido muchos alimentos por tu cuenta y tu dieta se ha quedado muy corta.

También es recomendable pedir ayuda profesional si te preocupa que el estrés esté empeorando una enfermedad digestiva que ya tienes diagnosticada. En esos casos el equipo médico puede ajustar tratamiento, recomendar pruebas concretas o derivarte a otros especialistas cuando lo vea necesario.

Los profesionales suelen combinar la información de un diario de síntomas, la historia clínica y, en algunos casos, dietas de eliminación controladas. Así se diferencia qué parte de tus molestias se debe a intolerancias, qué parte al estrés y qué parte a otros factores. Es un trabajo de equipo entre tú y tu entorno sanitario.

Cuándo puede ayudar un psicólogo o profesional de salud mental

El estrés no solo se nota en la barriga, también en los pensamientos. Puede ser buen momento para hablar con un psicólogo cuando vives con estrés crónico y te cuesta desconectar, la ansiedad por la comida es constante, piensas mucho en lo que te sentará mal o tienes miedo a comer fuera de casa por si te encuentras mal.

Además, si te cuesta concentrarte en otra cosa que no sea tu digestión o sientes que el estado de ánimo está cada vez más bajo, la ayuda profesional puede marcar un antes y un después. La terapia no borra los problemas, pero sí te ofrece herramientas para manejarlos con menos carga física y mental.

Los enfoques de terapia que trabajan la relación entre mente y cuerpo, como algunas técnicas de manejo de estrés, la terapia cognitivo-conductual o la terapia de aceptación y compromiso, han mostrado beneficios en personas con problemas digestivos funcionales. Aun así, la terapia psicológica la plantea y dirige siempre un profesional de salud mental.

Truco práctico: si te cuesta saber por dónde empezar, comenta con tu médico de cabecera cómo se relacionan en tu caso estrés y digestión. Juntos podéis decidir si es mejor derivar a digestivo, a un dietista o a un profesional de salud mental.

Resumen y claves prácticas para convivir con estrés y digestión

Para terminar, vamos a recoger en unos puntos las ideas más importantes sobre estrés y digestión. Así podrás volver a esta parte cuando necesites recordar lo esencial sin releer todo el artículo.

  • El eje intestino-cerebro es una autopista de doble sentido: lo que ocurre en tu mente se siente en tu barriga y, a la vez, las molestias digestivas influyen en tu ánimo.
  • El estrés continuado altera el movimiento del intestino, la acidez y la sensibilidad, de modo que aparecen más gases, diarrea, estreñimiento y sensación de nudo en el estómago.
  • Si ya tienes intolerancias o un intestino sensible, el estrés, el mal sueño y las malas rachas de alimentación pueden hacer que tus síntomas se disparen sin cambios enormes en la comida.
  • Pequeños cambios en cómo comes, como masticar mejor, apagar pantallas y practicar respiraciones profundas antes de comer, pueden mejorar mucho la digestión.
  • Cuidar el sueño, moverte a diario y reservar momentos breves de calma ayuda a tu sistema nervioso y facilita que el intestino salga del modo alarma permanente.
  • No necesitas una vida perfecta: unas pocas rutinas mantenidas en el tiempo ayudan más que un plan ideal que abandonas a la semana.
  • Conviene pedir ayuda médica si aparecen señales de alarma digestiva o si tus molestias se repiten y afectan a tu día a día, y considerar apoyo psicológico si la preocupación por tu digestión ocupa demasiado espacio.
  • Las decisiones sobre pruebas, medicación y diagnósticos relacionados con estrés y digestión deben tomarse siempre con profesionales sanitarios, no solo con lo que lees en internet.

Convivir con estrés y digestión sensible no es sencillo, pero tampoco estás condenado a sentirte mal siempre. No se trata de hacerlo perfecto, sino de dar pasos pequeños y constantes, escuchar a tu cuerpo con curiosidad y pedir ayuda cuando haga falta.

Este artículo tiene carácter informativo y no sustituye en ningún caso el consejo de un profesional sanitario ni de salud mental.

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